A Vera la conocí en Port Lligat, en ese bosquecillo que se extiende a la izquierda
bajando de la casa de Dalí con rumbo a la costa. Había salido del museo y
caminaba sin rumbo internándome en el bosque cuando la ví: flaca, alta, con el
pelo largo renegrido, y la piel que sólo pueden tener las mulatas con la
exposición prolongada al sol, edad? Podría tener 15 como 40, me miró con esos
ojos verdes como el mar de su tierra.
-Te perdiste? fue su pregunta cuando todavía no podía
quitar los ojos de ella envuelta en una túnica blanca que dejaba translucir su
cuerpo perfecto.
-Caminé sin darme cuenta hasta acá, le respondí. Y
ella que estaba cocinando en un fogón hecho con piedras redondas me dijo:
-no es cierto, tus pasos te trajeron hacia mí, te
estaba esperando, siéntate que ya está la comida.
Comimos unos pescados fritos provistos por los pescadores del lugar, con un vino
rosado, que me dejó beber de sus labios. Me contó que hacía artesanías y que venía todos los veranos a vivir
en una carpa y en ese mismo lugar, que ya nadie le molestaba porque le temían, era
hija de Orishas de Yemayá y Changó, por lo tanto no podía vivir lejos del mar,
pero necesitaba del fuego para poder respirar. Al notar mi cara de ignorancia
me explicó que eran dioses del Candomblé,
luego agarró un cubilete lleno de caracolitos me hizo soplar adentro y los
arrojó al piso mientras me anunciaba que íbamos a ser amantes de sólo dos días
y por mucho tiempo; Me tomó de la mano y me condujo al interior de su carpa,
dejo deslizar la túnica mostrando un cuerpo exquisito, como tallado, se frotó
las manos con un aceite aromático que inundó mis sentidos y sentí que mi alma
abandonaba mi cuerpo para unirse a la de ella. Todas sus caricias tenían vida
independiente que persistían en el tiempo, todo el estímulo erótico se
acrecentaba era un movimiento perpetuo una coda sensual, en que el placer se
iba apoderando de mi piel centímetro a centímetro, pequeños orgasmos localizados que iban
juntándose. Se puso arriba mío y se introdujo lentamente mi pene, cada
centímetro que penetraba era una onda voluptuosa que circulaba por mi médula
espinal hasta explotar en mi entrecejo en un orgasmo total, pirotécnico,
explosivo de duración eterna que reberveraba en todos los rincones de mi
cuerpo. Cuando tomé conciencia habían pasado los dos días anunciados, ya no estaba al lado mío,
estaba solo en la playa, solo y confundido. Empecé a preguntarme si había
ingerido algún hongo con la comida que me dio o si solo fue un sueño.
La segunda vez fue
2 años después en Montevideo, luego fue Maceió, Sitges, Pantano do Sul, La Paloma, Playa del Carmen
siempre cada dos años en el lugar que yo elegía para veranear, la encontraba sentada
en el piso, sóla o en una plaza de artesanos con una inmaculada camisola
bahiana que dejaba traslucir sus duros pechos y sus renegridos pezones. Te
estaba esperando, me decía, al tiempo que me daba un abrazo muy fuerte, me
ahogaba con sus besos, y tomaba posesión de mí; sólo puedo recordar el placer
que no terminaba nunca y luego de dos días juntos desaparecía.
Ayer estuve con ella, luego de 20 años de vivir esta
historia, estaba en un puestito de artesanos en Puerto Montt al costado de esas
viejas locomotoras que se oxidan en esa plaza frente al mar, no había cambiado
nada; estaba igual al día lejano que la conocí, llegaste justo, me dijo, al
tiempo que me alcanzaba el vaso lleno de aguardiente de caña y me hacía soplar
dentro del cubilete y volvía a tirar los caracolitos. Es tu elección me dijo,
esta noche podemos ser amantes eternos y vivir en las estrellas, pero
tienes que dejar todo, confiar en mí y venir media hora antes que salga la luna
llena, no traigas nada negro. Busqué una excusa y una promesa y esa noche falté, tuve miedo lo
reconozco. Por la mañana pasé por su puesto dispuesto a disculparme y sólo encontré
una vieja guardando sus pertenencias en
cajas, me miró en una mirada eterna y luego me habló: esto dejó para ti, aunque no lo mereces… llegué al
hotel y rompí el pequeño envoltorio sacando
una pequeña estatua de ébano de una bella mujer desnuda acariciada por las
olas, la puse encima de una mesa para admirarla y vi que era Vera con su
desnudez apenas cubierta. Me quedé sin aliento, en esos pequeños ojos brillaban
unas pequeñas lágrimas ambarinas, busqué en el envoltorio y encontré un pequeño
pedazo de papel amarillento que decía: “Te perdiste de vivir conmigo mas allá
de las estrellas” : Oshun… al tiempo que la delicada estatua se desgranaba lentamente
convirtiéndose en un puñado de cenizas.