Se conocieron esa noche… en
honor a la verdad él la llamó para invitarla a cenar y ella aceptó. –pero en mi
casa remarcó ella. Cocinó él, llevaba ya
toda la preparación marinada en su receta secreta. En un momento, luego de la
feroz humareda que desprendía al principio el wok, se llenó la cocina de olores
diversos, dulces, picantes, ácidos; el inconfundible olor a jazmines del arroz
asiático. Se escanció el vino, creo que un merlot, se sirvió la cena. Los gustos
distintos hacían su tímida presentación en el paladar en momentos diferentes:
el gusto aromático del cilantro, el picante pesado del curry, el ácido del
jengibre, el dulzor del tamarindo… existen los afrodisíacos?... Pues para ellos
sí; la música? Sonaba un coro de fondo,
bien entonado, poniendo el ingrediente
que faltaba. El primer beso se lo dieron en la cocina, de manera muy
natural, como si fuera el postre.
Le fue arrancando lentamente la ropa, casi con
permiso, llegó a su cama ya desnuda, se exploraron desesperadamente, intentando curar viejos
sinsabores, ahuyentando soledades pasadas.
Aún no sé cuando comenzaron
a hacerse el amor. No sé si ellos se dieron cuenta de lo que les estaba pasando
mientras fundían naturalmente sus mentes y sus cuerpos. Danzaron juntos un viejo ritmo con una melodía
de vidas pasadas, de pasiones cortadas
por la muerte y continuaron escribiendo su vieja historia en cuerpos distintos.
Se reconocieron mirándose profundamente en los fondos de los ojos del otro. Ahí
recrearon su historia. El ardor de su epidermis buscaba ser apaciguado y no alcanzaba la unión de sexos, bocas, mucosas y pliegues. La diferencia de edad era importante, pero no lo era
para beber el uno en el placer del otro. Sus caricias intentaron ponerse al día del tiempo perdido. Y el tiempo se
detuvo, y gozaron por los siglos de vida no vividos. No tuvieron tiempo
para agotarse. El ansia y el deseo no les
dejó tiempo para otra cosa. Sólo para extrañar la ausencia.