lunes, 30 de enero de 2012


Se conocieron esa noche… en honor a la verdad él la llamó para invitarla a cenar y ella aceptó. –pero en mi casa remarcó ella.  Cocinó él, llevaba ya toda la preparación marinada en su receta secreta. En un momento, luego de la feroz humareda que desprendía al principio el wok, se llenó la cocina de olores diversos, dulces, picantes, ácidos; el inconfundible olor a jazmines del arroz asiático. Se escanció el vino, creo que un merlot, se sirvió la cena. Los gustos distintos hacían su tímida presentación en el paladar en momentos diferentes: el gusto aromático del cilantro, el picante pesado del curry, el ácido del jengibre, el dulzor del tamarindo… existen los afrodisíacos?... Pues para ellos sí; la música? Sonaba  un coro de fondo, bien entonado, poniendo el ingrediente  que faltaba. El primer beso se lo dieron en la cocina, de manera muy natural, como si fuera el postre.
 Le fue arrancando lentamente la ropa, casi con permiso, llegó a su cama ya desnuda, se exploraron  desesperadamente, intentando curar viejos sinsabores, ahuyentando soledades pasadas.
Aún no sé cuando comenzaron a hacerse el amor. No sé si ellos se dieron cuenta de lo que les estaba pasando mientras fundían naturalmente sus mentes y sus cuerpos.  Danzaron juntos un viejo ritmo con una melodía de vidas pasadas, de pasiones  cortadas por la muerte y continuaron escribiendo su vieja historia en cuerpos distintos. Se reconocieron mirándose profundamente en los fondos de los ojos del otro. Ahí recrearon su historia. El ardor de su epidermis buscaba ser apaciguado y no alcanzaba la unión de sexos, bocas, mucosas y pliegues. La diferencia de edad era importante, pero no lo era para beber el uno en el placer del otro. Sus caricias intentaron ponerse  al día del tiempo perdido. Y el tiempo se detuvo, y gozaron por los siglos de vida no vividos. No tuvieron tiempo para  agotarse. El ansia y el deseo no les dejó tiempo para otra cosa. Sólo para extrañar la ausencia.