jueves, 3 de noviembre de 2011

Caminabas por la rambla con ese vestido blanco que se traslucía dejando insinuar tu cuerpo, te seguí un par de cuadras, caminabas descalza con ese movimiento de caderas que hacía voltear la cabeza tanto a hombres como a mujeres.  Sigues sin usar ropa interior  y ese  juego de luces y sombras del  sol de frente  insinuaba, a cada paso que dabas, la delicia de tu desnudez, resaltando tus  torneadas caderas     y tus largas piernas siempre de  color bronce. 


Recuerdo que te inclinabas por la ventana de tu casa en la playa, arrodillada en una silla e inclinada hacia adelante mientras chacoteabas  con tus primas; yo escondido entre los visillos subía mi mano entre tu vestido y la deslizaba  lentamente entre tus piernas hasta  apoyar la palma en la unión de tus nalgas, abarcando toda tu vulva;  mi dedo del medio buscaba tu humedad, separabas un poco las piernas para favorecer el movimiento de dejarme  introducir de a  poco primero la punta de mi dedo para luego, moviendo un poco las caderas te introducías  completamente. Y seguías el parloteo con tus primas, hablando sin cesar;  te introducía otro dedo mas, notando como aumentaba tu humedad, y seguías el jaleo, riendo de las chanzas mientras te acomodabas  al compás de mi mano que se movía dentro tuyo, de pronto, soltabas una carcajada mientras con tus piernas apretabas mi mano con fuerza y alegremente te corrías entre mi mano.  


Seguí caminando detrás tuyo de pronto te volteaste me clavaste los ojos y me miraste sin conocerme. Y seguiste para adelante  bamboleando tus promesas pasadas de tardes estivales de sexo adolescente.