viernes, 28 de octubre de 2011


Estaba en el último año de la facultad y con  dos amigas y compañeras desde la infancia decidimos ir de vacaciones unos días a las sierras de Córdoba. Para allí  partimos en un auto destartalado haciendo casi 900 kilómetros.
Llegamos ya a la noche y fuimos a parar a un camping  pegado a un arroyo, por encima de un cañadón con una vista increíble.  No había luz eléctrica por lo que esa  noche la pasamos bajo un cielo increíble por lo estrellado. Al día siguiente despertamos y nos dimos cuenta que habían cinco carpas  y  un poco mas alejada estaba una cabaña con una proveduría y que contaba con sanitarios y duchas. Vino la dueña, una esbelta morena de treinta y pico, curtida por el sol, vestida con una bombacha de campo gastada por el uso, unas alpargatas y una remera cortita,  nos ayudó a armar la carpa al tiempo que nos daba detalles. Carla que así se llamaba nuestra anfitriona nos dio las indicaciones necesarias para pasarla bien: los lugares donde podíamos ir  para hacer, trekking, rappel o cabalgatas. Durante la mañana fuimos conociendo a nuestros vecinos a medida que se despertaban. Eran 11 mujeres y en una carpa 2 varones muy poco dados y mas interesados en los deportes de aventuras que en el sexo opuesto.
Los días fueron fantásticos,  por las noches cada una de las carpas organizaba una noche un fogón, que comenzaba con mate y tortas fritas para después  cambiar cuando de la nada aparecía una botella de  fernet y otra de  cola, y por supuesto a medida que subía la alcoholemia el clima cambiaba. Carla ya sacaba  una guitarra y   cantábamos  hasta que quedabamos rendidas o borrachas. Bueno todos no, los chicos no participaban, ya que cuando salía el sol desaparecían y volvían con sus bicicletas muy tarde y al tercer día se fueron. Por supuesto que fueron blanco de los comentarios mas despiadados.  Algunas  noches el clima daba para los relatos eróticos, supuestas experiencias de las  aventuras sexuales de cada una de las participantes. Yo era muy poco lo que podía contar, un noviecito que arrastraba desde la secundaria, que para él el sexo era meterla en seco dos veces por semana, moverse cuatro veces y acabar, pero a decir verdad no me traía problemas y por el momento no precisaba nada mas. Por lo tanto no tenía mucha experiencia y a decir verdad me incomodaba un poco la situación, había intentado masturbarme pero me aburría y realmente el sexo no había pasado como algo importante en mi vida. Al decir de mi psicóloga estaba sublimada mi libido con mi estudio.
 Escuchar las calientes experiencias ajenas y con lujo de detalles me dejaba muy confundida y confieso que algunas noches llegaba a meterme en la bolsa de dormir con la bombacha empapada.
En una salida y haciendo rappel, se me zafó la traba del mosquetón y ahí me ví deslizándome a toda velocidad por la cuerda, que no me quemó las manos por los guantes que traía pero en los últimos metros di unos tumbos contra las salientes para quedar tirada en el piso y con un tobillo hinchado. No me rompí ningún hueso pero tenía dificultad y dolor al apoyar el pie derecho, así que a lomo de mula volví al camping. Carla nos vió llegar y salió a nuestro encuentro. - Llévenla a la cabaña que esta noche se queda allí. Por suerte ya éramos casi médicas y con un botiquín muy abundante, así que hice una mezcla de  analgésicos  y un tranquilizante para poderme relajar. A las dos horas tenía un estado de languidez y bienestar absoluto, Carla apareció con una palangana y una toalla con agua y jabón y me dijo, - antes de meterte en sabanas limpias te quitare toda esa tierra que llevas encima. “No te muevas bonita, que en algún tiempo fui enfermera, no te voy a hacer daño”. Me lavó primero la cabeza, luego el cuello me quitó la remera y el corpiño para enjuagar, mis axilas, mi espalda y mis pechos. Que bien  me sentía el efecto de los medicamentos  incrementaba  mis sensaciones y allí estaba yo, semiconsciente, gozando de ese lavado con masaje. Me quitó muy despacio los botines y ahí estaba mi tobillo hinchado y azul por el hematoma. Suavemente me lavó ambos pies, las rodillas; al deslizar la toalla húmeda y sus manos por mis muslos me di cuenta que estaba excitada, quería detener la situación, pero mi mente no respondía  se estaba hundiendo sin remedio en esas olas de placer que me levantaba con sus manos. El último baluarte de resistencia cayó cuando levanté las caderas para que deslizara la bombacha. Me frotaba mojando mi entrepierna, mandándome descargas eléctricas cuando  rozaba mi clítoris. Me sentía en una nebulosa de placer sólo sentía el roce de su mano con un aceite tibio que me recorría el cuerpo y esa sensación terrible cuando se detenía en mi sexo, notaba mis labios abiertos, mi clítoris hinchado y sus dedos que iban y venían sin detenerse mas que lo necesario en los distintos puntos. De pronto sentí que me introducía un dedo, luego dos en la vagina, no soportaba tanto placer, tenía los ojos cerrados con el miedo de que si los abría todo eso desapareciera. Me frotaba de arriba hacia abajo, por los, entraba y salía, de pronto sentí sus labios y su lengua apoderarse de mi clítoris, me chupaba suavemente, me pasaba la lengua plana de arriba hacia abajo, describía círculos, cambió los dedos por la lengua explorando mis cavidades, deteniendose en mi culo, chupando, metiendo la lengua, frotando con los dedos, volviendo a cambiar, metiendo un dedo en mi ano. Mi pelvis empezó a moverse con un ritmo furioso, - No me dejes no, seguí seguí, le pedía mientras movia su cabeza intentando acomodar su lengua al roce exquisito. Y todo explotó sentí que la cabeza me estallaba en lucecitas de colores, espasmos violentos de mi vagina  apretaban los dedos de Carla, que seguía chupando los jugos que vertía. Me fui adormilando para despertar tarde al otro día por mis amigas que me decían que nos íbamos  al pueblo para hacerme una radiografía y que luego seguiríamos nuestro viaje. Me traían ropa limpia y al levantarme me miraron extrañadas por mi desnudez. Ya arreglamos con Carla ella se fue a buscar una yegua, te dejó un beso y este sobre.
Mas tarde y a solas abrí el sobre y tenía una servilleta con la marca de carmín de unos labios rojos.

Gracias Estela.

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